CAJIAO RESTREPO, FRANCISCO
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Ser maestro de verdad, de manera íntegra, profesional y responsable, es cada día más difícil y requiere mayor preparación. Sin embargo, no se acaba de saber con claridad si es una cuestión de hacer muchos posgrados y adquirir muchos títulos, o si la clave de la formación está en alguna otra parte, probablemente en la naturaleza misma de la misión docente.
Los observadores por excelencia de los fenómenos culturales, mucho más que los antropólogos o los sociólogos, son los educadores.
Los maestros están en todas partes, en todas las ciudades y veredas, viendo llegar a sus estudiantes cada día, cada uno con su historia, con su angustia, con sus mañas, con sus palabras y sus silencios aprendidos, antes que en ninguna parte, en la familia. Sin embargo, lo digo por mi experiencia como maestro, no hemos sido preparados para entender lo que sucede y lo que nos han encomendado hacer.
Y cada vez tendremos más problemas; porque mientras el mundo está cambiando a velocidades siderales, mientras las estructuras sociales se están modificando sin que casi nos demos cuenta y la manera de pensar y comportarse de los niños y jóvenes se vuelve un enigma, nos dicen que nuestra función es desarrollar competencias.
Por esto, he creído tan importante tratar de plasmar mis preocupaciones para poderlas compartir con quienes han sido, a lo largo de los últimos cincuenta años, mis compañeros de viaje. Los maestros hemos sido instrumentalizados por una sociedad que ve en las nuevas generaciones un ejército de alta productividad, ya no solamente en su fuerza física, como ocurrió durante la primera revolución industrial, sino en sus capacidades intelectuales y en su potencial, como consumidores, para mantener en movimiento una economía desquiciada. El problema ahora, para nosotros los educadores, es qué clase de humanidad estamos construyendo o, tal vez, qué clase de humanidad se nos está imponiendo.