W. CACUA
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Novela corta. Los Desahuciados, 2020. William Cacua
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Soy el último, el último que queda. Éramos cuatro. Nos conocimos en el colegio público más grande y más viejo del pueblo.
Al primero que conocí fue a Federico. Era el año 1993, entrábamos a cursar nuestro primer año de bachillerato. Recuerdo que, en un descanso, lo sorprendí apretando los frenos de mi bicicleta. Era una Turismo 28, negra.
Está bonita la burra me dijo, sonriendo.
¿Le parece?
Sí. Los frenos son extraños. Nunca los había visto.
Era de mi viejo. Mamá la ha conservado durante todos estos años.
Sí, se nota. Es una reliquia.
Si la quiere montar, nos vemos después del descanso. Todo el colegio irá a misa, nos podemos desviar, para que pedalee un rato.
¡Listo! Nos vemos después del descanso. No hay problema, yo nunca entro a misa.
Yo tampoco dije y sonreímos.
"Desde hoy quiero que seamos más francos, más sinceros con nosotros mismos, al menos en este círculo. Por ejemplo, dejar de saludar como máquinas programadas: hola, buenos días, buenas tardes, buencas noches, ¿cómo está?, ¿cómo le ha ido?; y responder falsamente y como autómatas, simplemente porque la costumbre lo indica, o por no mostrarnos como somos ante el otro. La verdad, estoy harto de esto, considero que los saludos son solo palabras muertas cuando no salen de nuestro interior. No llenan, no trasmiten nada a los sentidos. En vez de esto, saludemos con un poema, un fragmento de un libro, una canción, un dibujo, uan fruta, una hoja seca, con algo que no sepamos o que nunca hayamos oído. No reduzcamos nuestras vidas a palabras planas, a un -"¡hola!, ¿cómo estás?"- Al vernos, mejor invitémonos a contemplar lo que ha estado invisible a nuestrosa ojos, lo que pasa desapercibido por nuestra ligereza".